Usted está aquí

En los últimos 30 años, aún en períodos de crecimiento económico, Argentina no ha logrado reducir la incidencia de la pobreza por debajo del 25%. En otras palabras, durante las últimas tres décadas, siempre hubo al menos un cuarto de la población que vivió en la pobreza. La pobreza implica vulneraciones en múltiples dimensiones (ingresos, educación, vivienda, etc.) y una política efectiva enfocada en este desafío demanda la adopción de medidas en diversos campos, como la macroeconomía, los mercados de trabajo, la educación, el cuidado y otras políticas sociales. 

Habitualmente, en Argentina, estos temas son debatidos con un foco marcado en encontrar soluciones de corto plazo a los problemas, lo que dificulta cristalizar mejoras significativas y sostenibles. A esto se suma el hecho de que es habitual que una dimensión tan relevante como las anteriores sea ignorada: la dinámica demográfica. La evolución de la población, en tamaño y estructura etaria, es un factor determinante en las tendencias de mediano y largo plazo, tanto en lo que refiere a las posibilidades de desarrollo económico como a las condiciones de bienestar social, la equidad y la incidencia de pobreza. 

Este documento analiza los recientes cambios demográficos en Argentina para enfatizar el rol que tiene la demografía en las perspectivas económicas y sociales del país, respondiendo a cuatro preguntas: ¿de dónde venimos?, ¿por qué cambió la tendencia en la fecundidad en el último quinquenio y qué significa esto para la reducción de la pobreza?, ¿en dónde estamos hoy? y ¿hacia dónde vamos?

¿De dónde venimos? En Argentina, la esperanza de vida al nacer mostró una tendencia ascendente desde fines del siglo XIX hasta hoy, con niveles cercanos a los de países más desarrollados y superiores al promedio de la región. La fecundidad, en cambio, presentó una trayectoria particular. Las proyecciones poblacionales más actuales (ONU, 2022) muestran que si consideramos los 49 países y territorios de América Latina y el Caribe, incluyendo territorios que no son estados nacionales (las Islas Vírgenes Británicas, Bonaire y Saint Marteen, entre otros), en 1950 Argentina era el segundo país con la tasa global de fecundidad más baja. Sin embargo, la tendencia al descenso se estancó desde mediados del siglo pasado y recién se reinició –aunque a un ritmo bajo– a mediados de la década de los 90. En 2015 había 33 países y territorios con niveles de fecundidad menores que el de Argentina (ONU, 2022). A partir de 2014 los niveles de fecundidad comenzaron a disminuir abrupta y significativamente. Entre 2014 y 2020, la tasa global de fecundidad bajó un 34%, el descenso más pronunciado desde que existen registros anuales de esta variable en Argentina. La tendencia a la baja fue aún más acelerada (-55%) en las adolescentes, dato no menor puesto que los embarazos en edades tempranas son, en su mayoría, no intencionales. Además, los diferenciales por condición socioeconómica o regiones también tendieron a disminuir. 

¿Por qué cambió la tendencia en la fecundidad en el último quinquenio y qué significado tiene para el objetivo de reducir de la pobreza? Los posibles dinamizadores de esta tendencia pueden ser identificados al separarlos en dos categorías interdependientes: cambios en las preferencias, conductas sociales y culturales, y cambios en accesibilidad a tecnologías modernas de anticoncepción. En este sentido, el auge de movimientos feministas en la segunda década de los 2000 parecería haber influido en conductas y preferencias, a la vez que motorizó la ampliación del acceso a derechos sexuales y reproductivos. Al mismo tiempo, la introducción y distribución masiva de un nuevo tipo de anticonceptivo de larga duración (el implante subdérmico) habría tenido un impacto considerable, motorizado por la ampliación de la ESI y el subsecuente incremento en su demanda. El descenso de la fecundidad general y, más particularmente, de la fecundidad adolescente es doblemente positivo: refleja los logros alcanzados en el acceso a derechos sexuales y reproductivos –lo que permitió una baja importante en los embarazos no deseados– y tiene un rol crítico en la autonomía económica de las mujeres y en la reducción de la vulnerabilidad social.

¿En dónde estamos hoy? La pandemia provocó cambios en la mortalidad y la fecundidad. Si bien la evidencia disponible al día de hoy respecto a los niveles de mortalidad a causa del COVID-19 es heterogénea, en las estimaciones y proyecciones de población publicadas en 2022, la División de Población de Naciones Unidas estima que entre 2020 y 2021 se habrían producido unas 90.000 muertes adicionales a las esperables, que podrían atribuirse a la pandemia. Esto implica una reducción temporal de la expectativa de vida al nacer de casi 2 años en ese período, que se recupera rápidamente a partir de 2023. En relación a la fecundidad, los datos de nacimientos en Argentina correspondientes al 2021 aún no están disponibles para evaluar el impacto que la pandemia pueda haber tenido. 

Se puede plantear la hipótesis de que ésta tuvo un efecto a la baja si se considera que hubo menos interacción social y que es posible que algunas personas hayan pospuesto la planificación de embarazos dadas las incertidumbres generadas por la situación sanitaria. Sin embargo, también puede plantearse una hipótesis en el sentido contrario si se considera que hubo mayores dificultades de acceso a métodos anticonceptivos y a información sobre derechos sexuales y reproductivos. La evidencia en otros países, en los últimos meses de 2020 y primeros meses de 2021, indica que el efecto a la baja de la fecundidad primó. En cambio, los meses siguientes muestran una recuperación de los niveles de fecundidad prepandemia. Para el caso argentino puede suponerse que la pandemia tuvo un efecto similar. Sin embargo, habrá que esperar a que la información de nacimientos esté disponible para confirmarlo. 

¿Hacia dónde vamos? Las tendencias demográficas observadas dan cuenta de que el país está atravesando una situación conocida como “bono demográfico”, caracterizada por una elevada proporción de la población en edad de trabajar frente a una población dependiente infantil que disminuye y una proporción de personas mayores aún no muy grande. Este fenómeno arroja un escenario en el que la población activa es considerablemente mayor a la inactiva, lo que puede funcionar como aliciente para maximizar los recursos generados en el país, mejorando las condiciones para el sustento de más políticas redistributivas. Ratificando dicha tendencia, actualizaciones recientes de proyecciones poblacionales de Naciones Unidas muestran que el bono demográfico será más profundo (es decir, con tasas de dependencia aún menores) pero también más corto de lo esperado hasta ahora. La ventana de oportunidad abierta por el escenario demográfico actual es muy valiosa puesto que hoy tenemos una proporción baja de personas dependientes con respecto a personas en edad de trabajar. Sin embargo, el bono demográfico es sólo eso: una oportunidad. Para aprovecharlo, se requiere de inversiones estratégicas en capital físico y humano, a fin de aumentar la productividad de la economía. Además, es menester diseñar políticas públicas que sean consistentes con la dinámica poblacional esperada. Por ejemplo, teniendo en cuenta la reducción en las tasas de fecundidad, hoy sabemos que la población de niños/as menores de 5 años en 2025 será algo inferior a los 3 millones (ONU, 2022), cuando las proyecciones basadas en el Censo 2010 indicaban que habría aproximadamente 3.6 millones (INDEC, 2022; INDEC, 2012), por lo que la planificación de políticas de cuidados o primera infancia deberían adaptarse a esta nueva realidad. Así, las discusiones sobre temas previsionales, de cuidados, educación, regulación laboral o perfiles productivos deberían incorporar una dimensión de mediano y largo plazo que considere estos cambios en la población.